domingo, 25 de octubre de 2009

Margaritas que quieren ser rosas

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Nunca me había sentido tan extraña. Fue como sentir que una margarita deseaba ser una rosa, o quizás un pétalo ser una planta entera. ¿Cómo lo llamaría usted? Ansias de belleza, envidia. Puede ser ambas. Pero al mismo tiempo no quiero dejar de ser una margarita, o un pétalo. ¿Cómo haría usted? Un peluquero, o estilista. Sí, tal vez sea lo mejor.
-No, esta niña no tiene arreglo.- susurró el señor a mi madre, pero aún así lo escuché.
Bueno, todas lloramos. Y aunque mi mamá diga que no debería, yo lloro, como todas. Ella me dice que les cierre el pico, que aparezca un día hecha una princesa. Siempre con ideas locas; es mi mami, hay que entenderla.

Le hice caso; que papelón, por Dios. Me intenté hacer linda por mi cuenta -con un poco de ayuda de mamá por supuesto-, quise parecerme a una de esas chicas de la serie: me hice un rodete, me pinté la cara de blanco con los pómulos enrojecidos y los labios pintados de rojo, y me compré uno de esos vestidos que escuché se llaman yukata. Ah, no olvidarnos de las alpargatas raras que usan, también compré de esas. En fin, que mal día tuve, risas por doquier, burlas, tironeadas de pelo…un horror. Como siempre mi mamá dijo que no los escuche. Las lágrimas caían a mares esta vez, lloré como si me hubiera fracturado un brazo o algo así. Ya van a ver, yo les voy a dejar la boca abierta.

No sé cómo hacer, estoy sola y mi mamá siempre apoya mis ideas, por más bobas que sean.
-¡Ya sé!- le dije un día, -Me disfrazo de rosa.
Ahí estaba la prueba: saltó de alegría diciendo que era una estupenda idea. Soy una margarita, no una rosa. Esta vida de los jóvenes nunca la van a entender esos viejitos.
Bienvenida sea esta situación de soledad. Perdí. ¿Cómo compito contra una rosa entera siendo tan sólo un pétalo? Si tan sólo conociera otro pétalo…

Ya no tengo energía siquiera, me levanto para ir a la escuela donde sólo recibo burlas y aprendo alguna cosa que la maestra enseña. Antes algún que otro chiste me causaba gracia, ahora ni siquiera eso. ¿Cuántos días más voy a seguir así?
Y mi mamá siempre alegre, creyendo mis mentiras.
-Hoy un chico me dijo que era linda.
Bueno, todas mentimos. Y aunque mi mamá diga que no debo hacerlo, yo le miento alguna vez, como todas.
-¿Viste? Yo te dije que les ibas a cerrar el pico.
Sí mami, les cerré muy bien el pico, sus burlas no son más que una manera de mostrar cariño.
Tanta vergüenza doy que las pocas amigas que tenía ya no me hablan, y eso que no son ninguna rosa; pero tampoco son margaritas -que por cierto, no me gustan en absoluto.
Y así pasan los días, “fea”, “monstruo”, “anteojuda”, risas, más insultos denigrantes…y las profesoras se cruzan de brazos, como ese personaje bíblico que se lava las manos al momento de juzgar a Jesús. Pilato.

¿Hay más margaritas en este mundo? Por que yo no veo a ninguna.

Fue hace un par de días que caminaba por la calle y dejé de sentirme sola. Vi un pétalo que era una rosa entera. No me animé a hablarle, pero ella sí a mi.
-¿Estás bien querida?- me preguntó la bella chica con anteojos. A mi me burlaban mucho con los anteojos.
Preferí callar la boca antes de largarme a llorar en la calle.
-¿Estás perdida?
Negué con la cabeza.
-Soy fea.- le dije súbitamente. Ella se rió.
-¿A vos te parece? Para mi sos preciosa.- me respondió sonriente.
“¿Preciosa?” pensé, sentí que era otra broma.
-No soy preciosa, soy una margarita fea.- confesé tristemente.
-Si vas con la cabeza gacha, vas a ser una margarita fea; si vas con la frente en alto, vas a ser una margarita hermosa, más hermosa aún que una rosa. Y te lo dice otra margarita.- me aconsejó, guiñando un ojo.
La miré maravillada. ¿Podía alcanzar la belleza? Tenía que probar. Tenía que darme una última oportunidad.

-¡Mamá, mamá!- le grité sonriente.
-¿Qué, hija?
-¡Mamá, me dijeron en la escuela que soy linda!




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