domingo, 11 de octubre de 2009

El parque

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A modificar algunas cosillas, pero:

El parque

La noche se oculta sobre el manto de nubes; estamos atrapados por el grisáceo cielo en esta maldita oscuridad. Pese a la aniquilante luz de la ciudad, todos es sombras, al menos a mis ojos. No es extraño que el hombre calvo del callejón tome a una joven muchacha que iba camino a casa por el brazo y fuerce con ella; no es extraño un tiroteo a cortas cuadras de distancia, probablemente de una banda de mafiosos; o un hombre de negocios, agotado por el duro trabajo, buscando otro tipo de dureza con una prostituta. Yo no soy ninguno de ellos, pero conozco las costumbres de cada uno; puedo verlos todas las noches cuando vuelvo de la universidad.
Mi reloj da las diez.
Nuevamente estoy cara a cara con el parque, tenebroso como él sólo. Un ladrido de un perro me desconcierta; un vagabundo ríe macabramente, probablemente causa del alcohol; un farol deja de funcionar. El viento me advierte con una brisa lo que me espera, pero rodearlo no es una opción.
Mis pasos, como todas las noches, tiemblan aterrados. Mis manos sudan, es normal. Nunca llevo la billetera, simplemente el documento al bolsillo y diez pesos escondidos en la zapatilla; es mejor tener cuidado en ese sentido. No estoy armado; de estarlo, no sabría defenderme.
Los consejos de mi madre tocan a la puerta del recuerdo, pero no quiero abrir. Aún así se alcanza a escuchar: “tené cuidado con el parque”, “evitalo”, “no tenés idea de lo que es”.
Pero ya es tarde; ya no importa. Me detengo y me tienta mi reloj.
Son las diez y diez.
Por más vueltas que pueda dar, nunca podría encontrar al perro que ladra. Lo sé, una vez busqué estúpidamente durante una larga hora. No fue inteligente y mucho menos razonable, pero el insoportable frenesí de sus diabólicos gemidos provocó mi indomable actuar. Aquel día me sentía más fuerte, invadido de valor, de idiotez.
Otro ladrido me estremeció y me detuve en seco. Alguien me sigue. Continué un tramo para estar seguro, pero no hay duda.
Podría arriesgarme a perderlo en la oscuridad, rondar el parque a paso rápido. Sí, parece lo mejor.
Diez y cuarto.
El incesante tic-tac de los segundos es más fuerte que mis propios latidos, pero no más rápido. Busco silenciar mis pasos con el fin de sentir los suyos. No puedo, él sabe hacerlo mejor que yo. Podría jurar que siento su aliento en la nuca. Mis pelos se erizan, saben quién me persigue, reconocen su infernal demencia que asoma en su sonrisa, sienten el odio fulminante de esa mirada destructora. Me devorará lenta y dolorosamente. Se hidratará del sucio sudor que asoma por mi frente, que se desliza por mi mejilla, que explaya mi miedo. Su respiración alienta mi demencia, me llama a huir, pero mis pies no me escuchan. Me tiembla la voluntad, temerosa de equivocarse. Sigo mis pasos sabiendo que ya no los controlo.
¿Escucho una risa? Habrá sido un susurro del viento. Quiero volverme y enfrentarlo, sea quien sea. Mis ojos se rehúsan a ver y camino ciego hacia delante. Meto las manos en los bolsillos de mi campera buscando cualquier cosa que sirviera como arma, aunque sepa que es inútil.
De repente siento el frío de la noche que antes negué, que antes olvidé que estaba allí. Pero ahora aparecía, helado, como un demonio lo hace en la oscuridad.
Absorbe mi aliento. Agita mi respirar y mi corazón vence al reloj. Golpea violentamente mi pecho arrebatando poco a poco la cordura.
Son las diez y veinte.
Y late más fuerte. Y late más rápido.
Son las diez y media.
Lo siento, lo sé, sigo fiel al tic-tac que ha sido reemplazado por mis pulsaciones, pero esto último no lo he notado.
Probablemente sean las diez y quince todavía, pero he sido traicionado por el tiempo.
Sigo sintiendo el respirar a mis espaldas, aún sobre mi nuca. Algo toca mi cabeza y me detengo en seco por segunda vez. Es suave y abrasador y trae con sí el chillido insoportable de mil insectos. Están sobre su mano, su mano que está en mi cabeza, mi cabeza que suda como un joven estudiante aterrado en el manto de la noche, en un viejo y embrujado parque.
¡Está sobre mí, por amor de Dios!
Tengo que abrir los ojos y enfrentar la realidad que será tan repugnante como cruel. Mirar hacia arriba, nada más que eso. Tengo que…
Es tan sólo una rama, y los brutales insectos que me devoran no son más que sus hojas castigadas por el viento. Puedo volver a respirar, pero no del todo; el demonio aún está tras de mí, siguiendo con cautela mis pasos.
Lo sé, puedo sentir su corazón latiendo a la par del mío.
Sacudo la cabeza y sigo caminando.
Adelante el vago duerme sobre un banco, pero como de costumbre despierta al pasar yo por al lado. Me mira con asombro, como otras veces; a mí, no a lo que me sigue. Esta vez no ríe, simplemente permanece ausente un instante y vuelve al profundo sueño, donde quizás se encuentre conmigo.
El camino termina en un farol. No tengo salida; debo prepararme. Sólo puedo darme vuelta y enfrentar cara a cara al ser que me condena. Se ha llevado mi paz, mi rumbo, mi cordura, y pronto arrancará con sus garras de mi pecho a mi pútrido corazón, comerá mi vientre y exprimirá mi cerebro; hará un festín conmigo, y yo no podré hacer nada más que reír macabramente.
¿Será la noche que me persigue? O quizás fuera el parque; o el perro que ladra, que nunca encontré; o el vagabundo, que juega conmigo para verme en pesadillas.
Sólo queda una cosa por hacer: volverme y enfrentar a mi acechador.
En la oscuridad de la noche, del parque, de los árboles y el oscuro camino, donde mis pasos dejan evidencia de mi locura, prevalece mi sombra, inmensa, más fuerte aún que la luz del farol. Ese demonio mío entonces me ataca, y me devora, y me despedaza, y me domina.
En mi más salvaje delirio, soy sólo una sombra, en el parque, acechando a un joven que con miedo se adentra a su perdición.



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1 comentario:

  1. Aca tenemos al proximo R.L. Stine. La proxima te gano en las cartas y en el indicios

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