sábado, 3 de octubre de 2009

Cuento ^^

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aughhhhhhh Family (L)



Dejo un cuento sin título q despues tengo q modificar una parte ^^, un poquitín mas largo q otros...espero guste :)



Hoy desperté con la loca idea de quitarme la vida. No es que haya perdido la cordura, en absoluto, sino que… es complicado.
Lo importante es que aún estoy vivo, lo cual no me animo a llamar algo bueno o malo.
Durante el mediodía pensé la mejor manera de hacerlo, pero todas me aterraban de igual modo. Un fusil dentro de la boca y el dedo al gatillo decoraría alguna pared con mis recuerdos, mis ideas, mis repugnantes sesos ennegrecidos por la mierda que pasa por mi cabeza; poco poético y un funeral poco agradable. La descarté casi de inmediato para tomar la idea de morir ahogado, entrar incesante al interior del mar en busca del horizonte hasta que mis brazos se cansen y ni siquiera mi instinto de supervivencia pueda salvarme. Lentamente me desesperaría y no podría evitar tragar agua, luego respirarla, y finalmente hacerme uno con ella, muerto, con el horror plasmado en mis ojos; tendría mucho tiempo para pensar y probablemente me arrepentiría, sin contar la inevitable caída ante la demencia. No, necesitaba algo rápido, relajante y limpio. Entonces descarté saltar de un edificio ya que lo único que imaginaba de eso eran mis tripas salpicando a algún inocente niño de camino a la escuela; sobredosis tampoco parecía la solución, probablemente vomitaría y mi imagen sería patética, además quiero estar conciente en el último segundo; correr a toda velocidad contra una pared sonaba estúpido y mi cráneo quedaría como una pelota de rugby. ¿Inyectarme? Odio las agujas. ¿Electrocutarme? Podría parecer un error, y quiero que quede en claro que fue una situación elegida y no una equivocación. Entonces pensé la forma más simple y común –creo- de hacerlo: Ahorcarme. No destruiría mi cuerpo, guardaría de algún modo mi imagen, no habría sangre, quedarían bien definidas mis intenciones…
Sí, la idea me convencía.
Con ese asunto claro, tomé la tarde para descansar.
Recordé los causantes de mi depresión y me recosté en mi dormitorio. Me sentía observado. Dejé mis lentes en la mesa de luz y me dejé dominar por el cansancio.
En la hora y media que dormí sólo una imagen me asedió constantemente: me veía a mí mismo colgando de una fuerte soga en una extraña habitación, me balanceaba lentamente de un lado a otro, y mis pies flotaban, ¡flotaban en el aire, lejos de la tierra, de la realidad! Y yo era el ahorcado, ¡yo que soy el único conciente de lo que sucede a toda hora!
No podía ser así; no podía suicidarme de aquel modo. No representaba el mensaje a transmitir.
Desperté sudando a mares y descarté con terror la idea de la horca.
Salí a caminar un rato. Crucé frente al almacén donde solía hacer mis compras, luego frente a la peluquería, juguetería y la escuela a la que asistí de pequeño.
A todo momento me vi amenazado por ellos. Esos malditos hijos de puta. Constantemente me seguían y estaba seguro de que pronto tomarían la iniciativa para capturarme. Miraba una y otra vez por sobre mi hombro y allí estaba ese auto negro, dominante, sospechoso, rastreando mis pasos. Más de una vez eché a correr y creí haberlos perdido, pero era imposible; siempre me vigilaba a media cuadra de distancia.

Doblé la esquina.

Y de qué me perseguían. Fue en un estúpido viaje al campo que me condené. Como buen estudiante sociológico me dirigía a lo de mi tío por una inocente investigación universitaria sobre la vida rural. Unos escasos kilómetros antes de llegar sentí cómo mi auto se iluminaba por completo en medio de la noche. Anonadado, surqué los cielos con la mirada. Allí la vi: una nave espacial imponente en las alturas, un OVNI, ¡Aliens! Asustado giré violentamente el volante y me salí de la carretera, perdiendo por completo a los extraterrestres así como también el control sobre mi coche.

Llegué de vuelta a mi apartamento.

Había golpeado mi cabeza duramente en el casi-choque, pero aún así salí tambaleante a buscarlos. Ya no estaban. Me relajé en mi asiento y pensé en lo ocurrido. Mi mano temblaba víctima de los nervios y el miedo.
Ni mis tíos ni mi familia me creían, ni siquiera mis amigos.

Mientras abría la puerta principal creí escuchar a un agente a mis espaldas. Dí media vuelta y lancé un feroz puñetazo. Una mujer cayó sentada con la nariz ensangrentada. Me volví y rápidamente subí las escaleras. Al llegar a la entrada de mi hogar me reí de la situación y la dejé en el olvido.

Volviendo al asunto anterior, al volver a casa decidí realizar un análisis sobre mi experiencia y variar el tema de investigación de mi carrera a los OVNIs en el campo. Resulta ser que lo que me había sucedido parecía ser extraño para ellos (los campesinos), pero no sólo nadie me creyó, sino que se burlaron de mí y restaron importancia a aquello.
Mi informe parecía exquisito y creíble, o así lo vi yo. Pasaba horas enteras escribiéndolo. Pero entré en caos una mañana cuando descubrí que alguien había eliminado mi investigación por completo. Y ahí caí en la cuenta de que me estaban vigilando. Comencé a notar la presencia de los malparidos y me hundí en una terrible depresión. Intenté hacer notar a mis amigos que me seguían, pero nadie parecía ver el auto negro.
Desde aquel día en adelante no pude vivir otra vez en paz. Jamás abandoné mis investigaciones, pero sin importar qué hiciera desaparecían al día siguiente que eran escritas.

Sentado en mi cama encontré la solución a mi planteo: el harakiri. Para quien desconozca lo que el harakiri implica, es un ritual antiguo japonés para recuperar el honor que consiste en perforarse el abdomen con una daga llamada Tanto. Obvié ciertos detalles de la ceremonia, pues no hacían a la situación. De algún modo sentía que tenía una posición de honor que rescatar, y el harakiri daría una respuesta a eso, sabría dejar mi mensaje de manera clara. Además me fascina la cultura japonesa.
Compré el arma con mis ahorros y me encerré en mi habitación. Tomé el resto de la noche para concentrarme y aquí estoy, a un minuto de que el día termine.
El filo tierno sabe acariciar mi vientre.

En un viejo edificio, en una extraña habitación con los muros totalmente escritos, un joven yacía en su cama con el estómago atravesado. Las paredes leían incoherencias, exceptuando una única frase:
“No es que haya perdido la cordura… Simplemente nunca la tuve”.




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